Época: demo-soc XVIII
Inicio: Año 1660
Fin: Año 1789

Antecedente:
Población en el siglo XVIII

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

No es posible ofrecer datos muy detallados sobre actividad en el siglo XVIII. Incluso el cálculo de un indicador como la relación de dependencia -relación entre población inactiva o dependiente y población activa-, de aparente objetividad por ser función de la edad, resulta difícil. Considerando activa a la población comprendida entre quince y sesenta años, dicha relación superaría en muchos casos el 70 por 100. Ahora bien, estos límites de edad son convencionales y más propios de hoy que del Setecientos. Debido a la baja productividad general y para diluir la pesada carga económica que supondría mantener a una población dependiente tan elevada -con una relación de dependencia del 75 por 100, cada cuatro personas activas deberían soportar el mantenimiento de tres inactivas-, se tendía a ampliar la vida laboral todo lo posible, siendo normal la muy temprana y paulatina incorporación de los niños al trabajo y el tardío y también paulatino abandono del mismo, pasando los ancianos (que, probablemente, lo serían antes de los sesenta años) a ocuparse de las actividades que requerían menor esfuerzo físico. Los índices de dependencia, pues, aunque imprecisos, serían de hecho más bajos que los inicialmente propuestos.
Había también una elevada, aunque de casi imposible evaluación numérica, participación femenina en la actividad laboral. Ante todo, en el ámbito de la economía doméstica, de mayor amplitud que en la actualidad, la mujer se solía ocupar de tareas como la elaboración del pan o de parte de la ropa familiar, además de participar habitual u ocasionalmente en las faenas agrícolas o en el pastoreo. Como artesanas más o menos independientes o como asalariadas, estuvieron vinculadas, especialmente, a las actividades textiles. En la industria sedera de Lyon, por ejemplo, la mano de obra femenina era cinco veces más numerosa que la masculina. Las manufacturas de nueva creación registrarán una presencia femenina en constante aumento. Y era muy elevada la cifra de las empleadas en el servicio doméstico.

Por otra parte, la ausencia de estadísticas fiables dificulta el conocimiento de las estructuras socio-profesionales, que, en cualquier caso, siempre tendrán un margen de imprecisión. Y hay que añadir el peculiar carácter de ciertos oficios -artesanos, por ejemplo, que fabricaban y vendían sus productos- o la abundancia de personas con ocupaciones diversas -labradores que también realizaban trabajos artesanales o se dedicaban con sus bestias a la arriería en los tiempos muertos de la agricultura, artesanos que cultivaban huertos...

El predominio de la economía agraria tenía su reflejo en que eran las actividades agrícolas y ganaderas las que ocupaban a la mayor parte de la población activa. En los países del Este, como Rusia, quizá entre el 90 y el 95 por 100 a finales del siglo. En Europa occidental las proporciones eran más bajas, pero probablemente llegaban hasta un 75 por 100 a mediados de siglo en países como Francia o Suecia y las cifras serían algo mayores para el conjunto. Luego la proporción fue descendiendo, en corta medida para el conjunto de Europa, de forma más acusada en los países más desarrollados. Pero todavía en Inglaterra, en 1800, trabajaba en la tierra más del 40 por 100 de la población adulta masculina (estimación de E. A. Wrigley).

Las actividades de transformación, minoritarias en conjunto, experimentaron un desarrollo notable a lo largo del siglo. Prácticamente en ningún país, sin embargo, llegaron a ese 30 por 100 de la población activa que representaban en la Inglaterra de 1800. El ramo textil y de la confección era, en conjunto, el más desarrollado, siendo los del cuero y construcción otros de los grupos destacados.

Por lo que respecta a los servicios, no solían constituir un grupo numeroso, si bien muchos de sus integrantes (mercaderes, financieros, clero, servicios legales en general, servicios sanitarios...) ejercían habitualmente una notable influencia social, paralela en ocasiones a un gran poder económico. El ramo más nutrido, no obstante, era el servicio doméstico, de presencia casi universal y, como hemos dicho, con una elevada proporción de mujeres en sus filas. Si se aceptan, por ejemplo, las cifras que el abate Expilly daba para Francia, en 1778 los domésticos, varones y mujeres, representaban nada menos que el 8 por 100 de la población total.

Los dos últimos sectores solían ser mayoritarios, como es lógico, en el mundo urbano. El ejemplo de Amberes es bien elocuente a este respecto. En él se plasma también la muy distinta significación económica de los distintos grupos socio laborales. Pero conviene no olvidar que ni los agricultores faltaban en las ciudades, en muchas de las cuales solían estar presentes en mayores proporciones que en el ejemplo expuesto, ni en el mundo rural había sólo campesinos, para atender determinadas necesidades de la comunidad, como por el desarrollo en determinadas zonas de la industria rural.